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Otra forma de aprender.


Reflexión. APRENDER EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Llegamos al año 2020 hablando mucho y haciendo poco en relación a la educación del siglo XXI.

¿Nadie había notado que en 2020, ya había pasado la quinta parte de ese siglo?

Listas muy bonitas de leer sobre los retos que demandará vivir en la sociedad siglo XXI y las habilidades y competencias imprescindibles para ello:



Tuvo que irrumpir un virus para recordarnos que ese futuro es hoy, y que ya vale de listas y declaración de intenciones, que ya no hay margen, que las listas están muy bien y son bonitas de leer pero que ahora tocaba llevarlas al plano real.

Con el agravante de que ese salto al siglo XXI tuvo que ser así, sin anestesia, sin avisos ni planificaciones previas, y afectando no sólo al plano de la educación curricular sino a todas las dimensiones de las vidas de nuestros niños y jóvenes: emocional, social, vocacional, cognitiva…

Y ellos, nuestros niños y jóvenes, tuvieron que asumir esas listas de “habilidades para el siglo XXI” que no sabían ni que existían, para adaptarse a la educación “online + en casa” pero a la vez asumir que sus listas verdaderamente importantes también debían cambiar de un día para otro, y de esta lista:



de repente tuvieron que pasar a esta nueva:



Y ellos, lo hicieron muy bien, mostrando que estaban preparados de sobra para trabajar y aprender de otra manera, para adaptarse a esa lista de habilidades que durante tanto tiempo los adultos estábamos escribiendo para ellos. Y fueron capaces de hacerlo pese al resto de cambios que tuvieron que asumir a la vez, pese al salto repentino, pese al impacto social, familiar y emocional…

No es general, muchos no lo han conseguido, lo triste es que en esos casos no haya sido por motivos personales sino por una brecha digital en la que nadie había pensado antes o por otros motivos “no suyos”.

Nos han demostrado a todos, familias, docentes y sociedad en general, que pueden, que saben, que se comprometen, que se adaptan… han estado a la altura como nadie, quizá porque ellos sí sabían que la comunicación en este siglo incluye otras formas y herramientas digitales que la escuela dejaba al margen.

Y los docentes lo hemos hecho como hemos podido, más bien como el sistema educativo del que somos parte nos lo ha permitido: reinventando las clases desde cero, en solitario, buscando vías de contacto con nuestros alumnos y sus familias, explorando recursos, aprendiendo, investigando, reinventándonos… y todo esto en los pocos ratos libres que “el sistema” nos ha dejado para ello… porque ese aparato enorme se ha mantenido con su inercia, ciego, sordo y mudo ante la situación, sin empatía alguna por ninguno de sus miembros (alumnos, docentes, familias…), sin reaccionar... o quizá reaccionando en “sentido contrario a lo esperado” porque parece haberse puesto a defender esa forma de funcionar inútil, refugiándose cada vez más en sus listas, documentos y demás procedimientos burocráticos: un sistema decidido a seguir como siempre, defendiéndose de cualquier cambio, acorazándose en su propia estructura.

Y las familias nos hemos convertido en secretarios, maestros, informáticos, psicólogos… apoyando, ayudando, motivando, conteniendo, enseñando… seguramente inventando el tiempo y las ganas para ello allí donde la pandemia no había dejado nada.

En síntesis, alumnos, docentes y familias han demostrado que pueden, que quieren, que han sido capaces con los peores recursos y condiciones emocionales, pese a quedar patente que tanta inversión en tecnología e innovación educativa durante los últimos años se mostraba ahora ineficaz.

¿Y ahora qué?

¿La escuela está esperando que vuelva la normalidad para volver al siglo XX y guardar las habilidades para el siglo XXI de nuevo en una lista? Hablo de escuela, entendiéndola en este caso como parte, más bien rehén, del sistema educativo, al igual que alumnos, docentes y familias.

¿Seguirá pensando que estos cambios son solo por culpa de un virus y durarán el mismo tiempo que él?

¿Seguirá implorando que termine este escenario que la ha dejado tan retratada, tan expuesta, como la estructura que peor ha sabido adaptarse?

¿O será capaz de aprovechar esta imposición para afianzar ese paso adelante, y seguirlo de otro (revisión de metodología)... y de otro (revisión de contenidos)... y de otro (revisión de sistema de evaluación)... y de otro (repensar la atención a la diversidad)... y de otro (educación emocional)... y de otro (inclusión real de herramientas digitales)… y de otro (redefinir la formación docente)... y otro, y otro, y otro… avanzando pasito a pasito, pero sin ningún paso atrás, hacia ese siglo XXI?

Porque algo está claro y es que si no cambia ahora, la escuela se mantendrá igual a sí misma para siempre, evidenciando que es incapaz de practicar aquello que predica: el aprendizaje. Tendrá así el dudoso mérito de haberse mantenido inmune al COVID-19: un virus que más que dejar secuelas en la educación, habrá dejado expuestas sus “precuelas”.

Guillermina Marcos
Directora Académica y Pedagógica de Aprendísimo

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